22 de septiembre de 2010
Entrevista realizada por VÍCTOR-M.AMELA a: MOUSSA AG ASSARID.
TUAREG (Los hombres azules )
LOS TUAREG
Los tuareg
, son un pueblo bereber o amazic en el desierto del Sáhara, cuando se
desplazan cubren las necesidades de los animales y las suyas propias en
el camino, puesto que viven en unidades familiares extensas las cuales
van siguiendo a los grandes rebaños a su cargo. Tienen su propia
escritura, el tifinagh.
El pueblo Tuareg
habita en la zona central y occidental del Sáhara y el norte del Sahel.
Para los Tuareg, el Sáhara no es un desierto, sino varios unidos que
reciben el nombre de Tinariwen "los desiertos".
La población estimada es de más de 12 millones de personas que hablan lenguas bereberes.
Los
tuareg están islamizados desde una época indeterminada, posiblemente
hace siglos, a pesar de la inicial resistencia de todos los pueblos
bereberes a convertirse a la religión de los invasores árabes.
Algunos
autores creen que, antes de la llegada del Islam, los pueblos del
norte de África eran cristianos y que el símbolo de la cruz ha
permanecido entre los tuareg como una herencia del antiguo culto.
Con
todo, el Islam es la religión "oficial" y hay una clase noble que se
considera descendiente del profeta Mahoma, los ineslemen. El sacerdote
islámico, el morabito, es un personaje central en la vida de los
tuareg. No sólo es un hombre sabio, tanto en conocimientos laicos como
religiosos, sino que oficia en las ceremonias matrimoniales, actúa de
juez en las causas conflictivas, hace de curandero y ahuyenta a los
malos espíritus.
La mejor manera de adentrarse
en la identidad de un pueblo es mediante el conocimiento de sus
actividades . En primer lugar su historia, que en el caso de los tuareg
sólo es conocida por los textos de los antiguos cronistas árabes, dado
que los europeos no los describen hasta el siglo XIX. Luego, su
economía ganadera y la forma en que organizan su vida cotidiana en el
desierto, con la tienda como centro del campamento y de la comunidad .
Aún pueden verse algunas de sus tiendas en el desierto y en el Sahel,
pero el ganado escasea y los tuareg asisten impotentes al epílogo de su
existencia cultural. Más de mil años de vida nómada, que han
construido su leyenda, conducen inexorablemente a una casa de adobe y
una dieta de mijo.
La
tienda es el símbolo de la vida nómada. Su emplazamiento deja residuos
difíciles de detectar, de manera que los arqueólogos deben rastrear con
sumo cuidado los indicios dejados por los pastores que la ocuparon.
Sólo el sedentarismo, la vida en agrupaciones de casas permanentes, se
asocia a la verdadera civilización. Los pueblos trashumantes parecen
poseer una cultura liviana que se escapa entre los dedos de los
investigadores. Por esta razón, los tuareg mantienen todavía en la
imaginación de los europeos un halo de misterio y romanticismo que años
de estudio no han conseguido disipar.
La
construcción de la casa, su cuidado y mantenimiento son trabajos
realizados por las mujeres en todas las sociedades pastoriles. Los
tuareg utilizan dos tipos de tiendas, cubiertas por pieles o por
esteras de cestería, piezas realizadas siempre por sus propietarias y
colaboradoras, que encargan a los artesanos que trabajan la madera -a
veces fulbe o agricultores sedentarios- la realización de los elementos
que deben soportarlas.
La
mujer es su propietaria, tiene un papel primordial en la conservación
del orden del campamento y goza de gran autoridad, ya que el hombre se
halla con frecuencia ausente durante días acompañando al ganado.
Como
normalmente es más instruida que su marido participa en los consejos
familiares y es consultada en lo referente a todos los asuntos que
conciernen a la tribu. Recibe y hace los honores a los visitantes, de
quienes merece un trato similar al de su esposo y su prestigio aumenta
si sabe tocar la vihuela (imzad) y recitar poesías, a las que los tuareg son muy aficionados.
Si
una mujer se considera ofendida o maltratada por su marido tiene
derecho a divorciarse de él y expulsarle de su tienda, por lo que
pueden encontrarse varones tuareg sin hogar que acampan por la noche
con la única protección de un paravientos.
El
divorcio no afecta la reputación de las mujeres, que encuentran pronto
nueva pareja. Normalmente el primer matrimonio de una mujer acaba en
separación, pues se produce cuando ella es muy joven, entre quince y
veinte años, mientras que el hombre suele casarse hacia la treintena.
Una vez formalizado el divorcio, la familia del varón debe devolver la
dote de la novia.
La
vida de las familias tuareg, discurre de campamento en campamento, los
hombres cuidando del ganado y las mujeres de sus hijos, de la
preparación de los alimentos, del mantenimiento de la tienda. Los
dátiles, la leche y sus derivados, la carne más ocasionalmente, y los
cereales intercambiados con los pueblos agricultores son la base de su
alimentación.
En la
actualidad el plato diario es un potaje de mijo, común a todos los
pueblos sahelianos. El marido saca diariamente la ración familiar de la
reserva y se la da a su mujer, o a una sirvienta si la poseen, para
que la ponga en la muela y luego la cocine. La mujer, el hombre y sus
hijos comen juntos, casi siempre de un solo plato y con los dedos,
dentro o fuera de la tienda según el tiempo. Las visitas son
frecuentes, y todos comparten lo que esté disponible, pues los tuareg
son un pueblo generoso, en el que las personas intercambian regalos y se
hacen favores, estableciéndose una red de dependencia que debe de ser
la única forma de sobrevivir.
Al final de
su vida, con frecuencia corta, él o ella hacen un gesto con la mano
para indicar la unidad de lo creado y encaran la muerte con naturalidad
y sin temor, pues se trasladan al mundo de los antepasados. El cadáver
es lavado con agua caliente según un proceso muy ritualizado y
envuelto en un paño antes de ser depositado en una fosa abierta en el
desierto.
Esto que vais a leer abajo ,
es parte de una entrevista que un periodista le hizo a un Tuareg y que
salio en la Vanguardia en febrero del 2007. En pocas palabras
demuestran como son, como es su vida,
No sé mi edad. Nací en el desierto del Sahara, ¡sin papeles!
Nací
en un campamento nómada tuareg entre Tombuctú y Gao, al norte de
Mali. He sido pastor de los camellos, cabras, corderos y vacas de mi
padre. Hoy estudio Gestión en la Universidad Montpellier. Estoy
soltero. Defiendo a los pastores tuareg. Soy musulmán, sin fanatismo.
- ¡Qué turbante tan hermoso!
-
Es una fina tela de algodón. Permite tapar la cara en el desierto
cuando se levanta arena, y a la vez seguir viendo y respirando a su
través.
- Es de un azul bellísimo.
- A los tuareg nos llamaban los hombres azules por esto: la tela destiñe algo y nuestra piel toma tintes azulados.
- ¿Cómo elaboran ese intenso azul añil?
- Con una planta llamada índigo, mezclada con otros pigmentos naturales. El azul, para los tuareg, es el color del mundo.
- ¿Por qué?
- Es el color dominante: el del cielo, el techo de nuestra casa.
- ¿Quiénes son los tuareg?
-
Tuareg significa "abandonados", porque somos un viejo pueblo nómada
del desierto, solitario, orgulloso: "Señores del Desierto", nos llaman.
Nuestra etnia es la amazigh (bereber), y nuestro alfabeto, el
tifinagh.
- ¿Cuántos son?
-
Unos tres millones, y la mayoría todavía nómadas. Pero la población
decrece... "¡Hace falta que un pueblo desaparezca para que sepamos que
existía!", denunciaba una vez un sabio. Yo lucho por preservar este
pueblo.
- ¿A qué se dedican?
- Pastoreamos rebaños de camellos, cabras, corderos, vacas y asnos en un reino de infinito y de silencio.
- ¿De verdad tan silencioso es el desierto?
- Si estás a solas en aquel silencio, oyes el latido de tu propio corazón. No hay mejor lugar para hallarse a uno mismo.
- ¿Qué recuerdos de su niñez en el desierto conserva con mayor nitidez?
-
Me despierto con el sol. Ahí están las cabras de mi padre. Ellas nos
dan leche y carne, nosotros las llevamos a donde hay agua y hierba.
Así hizo mi bisabuelo, y mi abuelo, y mi padre. Y yo. ¡No había otra
cosa en el mundo más que eso, y yo era muy feliz en él!
- ¿Sí? No parece muy estimulante.
-
Mucho. A los siete años ya te dejan alejarte del campamento, para lo
que te enseñan las cosas importantes: a olisquear el aire, escuchar,
aguzar la vista, orientarte por el sol y las estrellas. Y a dejarte
llevar por el camello, si te pierdes: te llevará a donde hay agua.
- Saber eso es valioso, sin duda.
- Allí todo es simple y profundo. Hay muy pocas cosas, ¡y cada una tiene enorme valor!
- Entonces este mundo y aquél son muy diferentes, ¿no?
-
Allí, cada pequeña cosa proporciona felicidad. Cada roce es valioso.
¡Sentimos una enorme alegría por el simple hecho de tocarnos, de estar
juntos! Allí nadie sueña con llegar a ser, ¡porque cada uno ya es!
- ¿Qué es lo que más le chocó en su primer viaje a Europa?
- Vi correr a la gente por el aeropuerto. ¡En el desierto sólo se corre si viene una tormenta de arena! Me asusté, claro.
- Sólo iban a buscar las maletas, ja, ja.
-
Sí, era eso. También vi carteles de chicas desnudas: ¿por qué esa
falta de respeto hacia la mujer? me pregunté. Después, en el hotel
Ibis, vi el primer grifo de mi vida. Vi correr el agua y sentí ganas
de llorar.
- Qué abundancia, qué derroche, ¿no?
-
¡Todos los días de mi vida habían consistido en buscar agua! Cuando
veo las fuentes de adorno aquí y allá, aún sigo sintiendo dentro un
dolor tan inmenso...
- ¿Tanto como eso?
-
Sí. A principios de los 90 hubo una gran sequía, murieron los
animales, caímos enfermos... Yo tendría unos doce años, y mi madre
murió... ¡Ella lo era todo para mí! Me contaba historias y me enseñó a
contarlas bien. Me enseñó a ser yo mismo.
- ¿Qué pasó con su familia?
-
Convencí a mi padre de que me dejase ir a la escuela. Casi cada día
yo caminaba quince kilómetros. Hasta que el maestro me dejó una cama
para dormir, y una señora me daba de comer al pasar ante su casa...
Entendí: mi madre estaba ayudándome.
- ¿De dónde salió esa pasión por la escuela?
-
De que un par de años antes había pasado por el campamento el rally
París-Dakar, y a una periodista se le cayó un libro de la mochila. Lo
recogí y se lo di. Me lo regaló y me habló de aquel libro: El
Principito. Y yo me prometí que un día sería capaz de leerlo...
- Y lo logró.
- Sí. Y así fue como logré una beca para estudiar en Francia.
- ¡Un tuareg en la universidad!
-
Ah, lo que más añoro aquí es la leche de camella y el fuego de leña. Y
caminar descalzo sobre la arena cálida. Y las estrellas; allí las
miramos cada noche, y cada estrella es distinta de otra, como es
distinta cada cabra. Aquí, por la noche, miráis la tele.
- Sí. ¿Qué es lo que peor le parece de aquí?
-
Tenéis de todo, pero no os basta. Os quejáis. ¡En Francia se pasan la
vida quejándose! Os encadenáis de por vida a un banco, y hay ansia de
poseer, frenesí, prisa. En el desierto no hay atascos, ¿y sabe por qué?
¡Porque allí nadie quiere adelantar a nadie!
- Reláteme un momento de felicidad intensa en su lejano desierto.
-
Es cada día, dos horas antes de la puesta del sol: baja el calor, y
el frío no ha llegado, y hombres y animales regresan lentamente al
campamento y sus perfiles se recortan en un cielo rosa, azul, rojo,
amarillo, verde...
- Fascinante, desde luego.
-
Es un momento mágico. Entramos todos en la tienda y hervimos té.
Sentados, en silencio, escuchamos el hervor. La calma nos invade a
todos, los latidos del corazón se acompasan al pot-pot del hervor.
- ¡Qué paz!
- Aquí tenéis reloj, allí tenemos tiempo.
lunes, 18 de febrero de 2013
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