lunes, 18 de febrero de 2013

ENTREVISTA A UN TUAREG

22 de septiembre de 2010


Entrevista realizada por VÍCTOR-M.AMELA a: MOUSSA AG ASSARID.
TUAREG (Los hombres azules )

LOS TUAREG

Los tuareg , son un pueblo bereber o amazic en el desierto del Sáhara, cuando se desplazan cubren las necesidades de los animales y las suyas propias en el camino, puesto que viven en unidades familiares extensas las cuales van siguiendo a los grandes rebaños a su cargo. Tienen su propia escritura, el tifinagh.
El pueblo Tuareg habita en la zona central y occidental del Sáhara y el norte del Sahel. Para los Tuareg, el Sáhara no es un desierto, sino varios unidos que reciben el nombre de Tinariwen "los desiertos".
La población estimada es de más de 12 millones de personas que hablan lenguas bereberes.

Los tuareg están islamizados desde una época indeterminada, posiblemente hace siglos, a pesar de la inicial resistencia de todos los pueblos bereberes a convertirse a la religión de los invasores árabes.
Algunos autores creen que, antes de la llegada del Islam, los pueblos del norte de África eran cristianos y que el símbolo de la cruz ha permanecido entre los tuareg como una herencia del antiguo culto.
Con todo, el Islam es la religión "oficial" y hay una clase noble que se considera descendiente del profeta Mahoma, los ineslemen. El sacerdote islámico, el morabito, es un personaje central en la vida de los tuareg. No sólo es un hombre sabio, tanto en conocimientos laicos como religiosos, sino que oficia en las ceremonias matrimoniales, actúa de juez en las causas conflictivas, hace de curandero y ahuyenta a los malos espíritus.
La mejor manera de adentrarse en la identidad de un pueblo es mediante el conocimiento de sus actividades . En primer lugar su historia, que en el caso de los tuareg sólo es conocida por los textos de los antiguos cronistas árabes, dado que los europeos no los describen hasta el siglo XIX. Luego, su economía ganadera y la forma en que organizan su vida cotidiana en el desierto, con la tienda como centro del campamento y de la comunidad . Aún pueden verse algunas de sus tiendas en el desierto y en el Sahel, pero el ganado escasea y los tuareg asisten impotentes al epílogo de su existencia cultural. Más de mil años de vida nómada, que han construido su leyenda, conducen inexorablemente a una casa de adobe y una dieta de mijo.

La tienda es el símbolo de la vida nómada. Su emplazamiento deja residuos difíciles de detectar, de manera que los arqueólogos deben rastrear con sumo cuidado los indicios dejados por los pastores que la ocuparon. Sólo el sedentarismo, la vida en agrupaciones de casas permanentes, se asocia a la verdadera civilización. Los pueblos trashumantes parecen poseer una cultura liviana que se escapa entre los dedos de los investigadores. Por esta razón, los tuareg mantienen todavía en la imaginación de los europeos un halo de misterio y romanticismo que años de estudio no han conseguido disipar.
La construcción de la casa, su cuidado y mantenimiento son trabajos realizados por las mujeres en todas las sociedades pastoriles. Los tuareg utilizan dos tipos de tiendas, cubiertas por pieles o por esteras de cestería, piezas realizadas siempre por sus propietarias y colaboradoras, que encargan a los artesanos que trabajan la madera -a veces fulbe o agricultores sedentarios- la realización de los elementos que deben soportarlas.


La mujer es su propietaria, tiene un papel primordial en la conservación del orden del campamento y goza de gran autoridad, ya que el hombre se halla con frecuencia ausente durante días acompañando al ganado.

Como normalmente es más instruida que su marido participa en los consejos familiares y es consultada en lo referente a todos los asuntos que conciernen a la tribu. Recibe y hace los honores a los visitantes, de quienes merece un trato similar al de su esposo y su prestigio aumenta si sabe tocar la vihuela (imzad) y recitar poesías, a las que los tuareg son muy aficionados.
Si una mujer se considera ofendida o maltratada por su marido tiene derecho a divorciarse de él y expulsarle de su tienda, por lo que pueden encontrarse varones tuareg sin hogar que acampan por la noche con la única protección de un paravientos.
El divorcio no afecta la reputación de las mujeres, que encuentran pronto nueva pareja. Normalmente el primer matrimonio de una mujer acaba en separación, pues se produce cuando ella es muy joven, entre quince y veinte años, mientras que el hombre suele casarse hacia la treintena. Una vez formalizado el divorcio, la familia del varón debe devolver la dote de la novia.

La vida de las familias tuareg, discurre de campamento en campamento, los hombres cuidando del ganado y las mujeres de sus hijos, de la preparación de los alimentos, del mantenimiento de la tienda. Los dátiles, la leche y sus derivados, la carne más ocasionalmente, y los cereales intercambiados con los pueblos agricultores son la base de su alimentación.

En la actualidad el plato diario es un potaje de mijo, común a todos los pueblos sahelianos. El marido saca diariamente la ración familiar de la reserva y se la da a su mujer, o a una sirvienta si la poseen, para que la ponga en la muela y luego la cocine. La mujer, el hombre y sus hijos comen juntos, casi siempre de un solo plato y con los dedos, dentro o fuera de la tienda según el tiempo. Las visitas son frecuentes, y todos comparten lo que esté disponible, pues los tuareg son un pueblo generoso, en el que las personas intercambian regalos y se hacen favores, estableciéndose una red de dependencia que debe de ser la única forma de sobrevivir.
Al final de su vida, con frecuencia corta, él o ella hacen un gesto con la mano para indicar la unidad de lo creado y encaran la muerte con naturalidad y sin temor, pues se trasladan al mundo de los antepasados. El cadáver es lavado con agua caliente según un proceso muy ritualizado y envuelto en un paño antes de ser depositado en una fosa abierta en el desierto.

Esto que vais a leer abajo , es parte de una entrevista que un periodista le hizo a un Tuareg y que salio en la Vanguardia en febrero del 2007. En pocas palabras demuestran como son, como es su vida,

No sé mi edad. Nací en el desierto  del Sahara, ¡sin papeles!

Nací en un campamento nómada tuareg  entre Tombuctú y Gao, al norte de Mali. He sido pastor de los camellos, cabras, corderos y vacas de mi padre. Hoy estudio Gestión en la Universidad Montpellier. Estoy soltero. Defiendo a los  pastores tuareg. Soy musulmán, sin fanatismo.
- ¡Qué turbante tan hermoso!

- Es una fina tela de algodón. Permite tapar la cara en el desierto cuando se levanta arena, y a la vez seguir viendo y respirando  a su través.

- Es de un azul bellísimo.

- A los tuareg nos llamaban los hombres azules por esto: la tela destiñe algo y nuestra piel  toma tintes azulados.

- ¿Cómo elaboran ese intenso azul añil?

- Con una planta llamada índigo, mezclada con otros pigmentos naturales. El azul, para los tuareg, es el color del mundo.

- ¿Por qué?

- Es el color dominante: el del cielo, el techo de nuestra casa.

- ¿Quiénes son los tuareg?

- Tuareg significa "abandonados", porque somos un viejo pueblo nómada del desierto, solitario, orgulloso: "Señores del Desierto", nos llaman. Nuestra etnia es la amazigh (bereber), y nuestro alfabeto, el tifinagh.

- ¿Cuántos son?


- Unos tres millones, y la mayoría todavía nómadas. Pero la población decrece... "¡Hace falta que un pueblo desaparezca para que sepamos que existía!", denunciaba una vez un sabio. Yo lucho por preservar este pueblo.
- ¿A qué se dedican?

- Pastoreamos rebaños de camellos, cabras, corderos, vacas y asnos en un reino de infinito y de silencio.

- ¿De verdad tan silencioso es el desierto?

- Si estás a solas en aquel silencio, oyes el latido de tu propio corazón. No hay mejor lugar para hallarse a uno mismo.

- ¿Qué recuerdos de su  niñez en el desierto conserva con mayor nitidez?

- Me despierto con  el sol. Ahí están las cabras de mi padre. Ellas nos dan leche y carne,  nosotros las llevamos a donde hay agua y hierba. Así hizo mi bisabuelo,  y mi abuelo, y mi padre. Y yo. ¡No había otra cosa en el mundo más que  eso, y yo era muy feliz en él!

- ¿Sí? No parece muy estimulante.

- Mucho. A los siete años ya te dejan alejarte del campamento,  para lo que te enseñan las cosas importantes: a olisquear el aire,  escuchar, aguzar la vista, orientarte por el sol y las estrellas. Y a  dejarte llevar por el camello, si te pierdes: te llevará a donde hay agua.

- Saber eso es valioso, sin duda.

- Allí todo es  simple y profundo. Hay muy pocas cosas, ¡y cada una tiene enorme  valor!

- Entonces este mundo y aquél son muy diferentes,  ¿no?

- Allí, cada pequeña cosa proporciona felicidad. Cada roce es  valioso. ¡Sentimos una enorme alegría por el simple hecho de tocarnos, de  estar juntos! Allí nadie sueña con llegar a ser, ¡porque cada uno ya  es!

- ¿Qué es lo que más le chocó en su primer viaje a  Europa?

- Vi correr a la gente por el aeropuerto. ¡En el  desierto sólo se corre si viene una tormenta de arena! Me asusté,  claro.

- Sólo iban a buscar las maletas, ja, ja.

- Sí,  era eso. También vi carteles de chicas desnudas: ¿por qué esa falta de  respeto hacia la mujer? me pregunté. Después, en el hotel Ibis, vi el  primer grifo de mi vida. Vi correr el agua y sentí ganas de  llorar.

- Qué abundancia, qué derroche, ¿no?

- ¡Todos los  días de mi vida habían consistido en buscar agua! Cuando veo las fuentes  de adorno aquí y allá, aún sigo sintiendo dentro un dolor tan  inmenso...

- ¿Tanto como eso?

- Sí. A principios de los 90  hubo una gran sequía, murieron los animales, caímos enfermos... Yo tendría  unos doce años, y mi madre murió... ¡Ella lo era todo para mí! Me contaba  historias y me enseñó a contarlas bien. Me enseñó a ser yo mismo.

-  ¿Qué pasó con su familia?

- Convencí a mi padre de que me dejase ir  a la escuela. Casi cada día yo caminaba quince kilómetros. Hasta que el  maestro me dejó una cama para dormir, y una señora me daba de comer al  pasar ante su casa... Entendí: mi madre estaba ayudándome.

- ¿De  dónde salió esa pasión por la escuela?

- De que un par de años  antes había pasado por el campamento el rally París-Dakar, y a una  periodista se le cayó un libro de la mochila. Lo recogí y se lo di. Me lo  regaló y me habló de aquel libro: El Principito. Y yo me prometí que un  día sería capaz de leerlo...

- Y lo logró.

- Sí. Y así fue  como logré una beca para estudiar en Francia.

- ¡Un tuareg en la  universidad!


- Ah, lo que más añoro aquí es la leche de  camella y el fuego de leña. Y caminar descalzo sobre la arena cálida. Y  las estrellas; allí las miramos cada noche, y cada estrella es distinta de  otra, como es distinta cada cabra. Aquí, por la noche, miráis la tele.
- Sí. ¿Qué es lo que peor le parece de aquí?

-  Tenéis de todo, pero no os basta. Os quejáis. ¡En Francia se pasan la vida quejándose! Os encadenáis de por vida a un banco, y hay ansia de poseer,  frenesí, prisa. En el desierto no hay atascos, ¿y sabe por qué? ¡Porque  allí nadie quiere adelantar a nadie!

- Reláteme un momento de  felicidad intensa en su lejano desierto.

- Es cada día, dos horas  antes de la puesta del sol: baja el calor, y el frío no ha llegado, y  hombres y animales regresan lentamente al campamento y sus perfiles se recortan en un cielo rosa, azul, rojo, amarillo, verde...

-  Fascinante, desde luego.

- Es un momento mágico. Entramos todos  en la tienda y hervimos té. Sentados, en silencio, escuchamos el hervor.  La calma nos invade a todos, los latidos del corazón se acompasan al  pot-pot del hervor.

- ¡Qué paz!

- Aquí tenéis reloj,  allí tenemos tiempo.

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